viernes, febrero 22, 2008

Historias de un hombre (VIII)

La mañana se pasa rápido y él vuelve a casa en autobús, como de costumbre, para comer allí y volver al trabajo por la tarde. Durante el recorrido, se fija de vez en cuando en algún restaurante que ve desde la ventanilla y que llama su atención, aunque no lo hace con demasiado entusiasmo; el sitio no es lo que más le importa… De hecho, está seguro de que a ella tampoco le importa tanto como podría llegar a parecer.

Al llegar al bloque de apartamentos, le parece verla entrar en su piso mientras él sube las escaleras. Lástima; si hubiese llegado un poco antes, quizás se habrían cruzado. De todas formas, él tiene hambre, así que sube a casa para comer algo. La nevera ruge más que su estómago: está casi vacía, excepto por la acostumbrada gran botella de plástico de leche. Se prepara lo que puede con la comida que queda sin comerse demasiado la cabeza: el día le ha ido lo suficientemente bien como para no querer atormentarse con las desgracias constantes que le depara la vida… por mucho que éstas sean cada vez más escasas.

Por la tarde, lo mismo de siempre: viaje en autobús hasta la ferretería y varias horas de trabajo con Sam. En cierto modo, el ferretero le parece un poco misterioso: muy a menudo, la envidia que le inspira le hace preguntarse cómo es posible que alguien sea tan inmensamente feliz a pesar de la sociedad que los rodea. Sin embargo, tampoco le da mucha importancia a esto: en cuanto empieza a pensar sobre ello, Sam hace algún comentario de los suyos y él sonríe, olvidando por completo en qué estaba pensando. Además, le encanta ese hombre: mejor cuanto más conserve ese optimismo que desprende.

Lo cierto es que, de repente, tiene muchos motivos para sentirse feliz. Sin ir más lejos, Sam empieza a considerar la posibilidad de hacerle un pequeño aumento de sueldo, porque las condiciones del contrato propuesto para el anuncio del periódico le parecen insuficientes. Él dice que no hay prisa; con tal de tener dinero para pasar el mes, de momento tiene bastante (aunque sabe que al final su jefe se saldrá con la suya).

Cuando cierran ese día por la tarde, los dos se van con una sonrisa en la cara. En el autobús, él piensa en ahorrar: quiere comprar algunas cosas para su casa, como un ordenador y un reproductor de MP3 (o un MP4, ¿por qué no?); hace mucho que no escucha música de sus grupos favoritos, como los Beatles, los Rolling Stones o los Ramones. Además, no estaría de más que aprendiese a manejarse con un ordenador.

Después de un aburrido y rutinario viaje en autobús, llega por fin a casa. Sube las escaleras, abre la puerta, se bebe media botella de leche de un solo sorbo y va al baño a orinar. Después de lavarse las manos va al dormitorio, donde abre el armario y empieza a rebuscar entre su escaso vestuario para ver qué puede ponerse para la cita de esa noche…

Continuará...

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