lunes, marzo 31, 2008

Historias de un hombre (IX)

Después de una ducha rápida (pero a conciencia), se arregla lo mejor que puede. Cuando, después de mirarse al espejo, sonríe, no está pensando ni en su pasado, ni en sus demás quebraderos de cabeza, ni en el proyecto de comprarse un ordenador o un reproductor de MP4. Su mente está colapsada con fotocopias de una única cara, un rostro femenino y joven con el que comparte escalera y que despierta muchas cosas en él.

Mira el reloj. Aún falta media hora para que pueda bajar hasta su puerta y tocar al timbre; seguramente aún estará arreglándose para la cena. Aprovecha el momento para acercarse a la cocina y mira un puñado de papeles que tiene encima de la mesa. Como tiene la costumbre de acumular ahí las facturas para ir haciendo cuentas (consecuencia de su escaso presupuesto), cada pocas semanas el mueble está cubierto de cartas, papeles doblados en tres partes y propaganda que recoge del buzón pero que nunca se acuerda de tirar a la basura. Al acercase a la mesa, se olvida por completo de esos incómodos recibos y papeles con cifras a pagar y junta los catálogos en un montón, de los cuales varios corresponden a cadenas de tiendas de informática. Todos tienen ofertas muy interesantes de ordenadores nuevos que se pueden pagar a plazos y unos reproductores de música a muy buen precio… Se acerca al banco de la cocina, donde tiene una lata con varios bolígrafos y rotuladores; coge un permanente negro y rodea con gruesos círculos los dos aparatos que más le gustan. Después, organiza el montón de correo y conserva las facturas, el catálogo marcado y un folleto de su compañía telefónica para consultar en otro momento servicios de Internet.

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien como en aquel instante, poco antes de una cita con una chica sumamente atractiva con la que estaba dispuesto a renovar su vida, una vida que había estado sumida en la pobreza y la soledad desde que su hija y su mujer se habían esfumado de su mapa, dejándolo aislado como una triste isla perdida en la inmensidad del Pacífico. Pero eso se había acabado: no estaba dispuesto a seguir así, dejándose llevar por unas corrientes que lo único que conseguirían sería hundirlo aún más en una negrura abisal que lo aprisionaría y lo mantendría atado con unas dolorosas cadenas al abismo de aquella noche oscura en la que, desesperado, se había visto como un despojo sentado en su cama con unos calzoncillos viejos.

Ya no más noches deseando que todo acabase. Ya no más lamentos. Ya no más dolor. Ya no más soledad. Su hija le sonríe en la mente, su pequeña e inocente hija que de nada tenía culpa… Ya no tendría que sufrir por ella: ahora era alguien nuevo, alguien optimista, alguien que iba a rehacer el descompuesto puzzle de su existencia con el apoyo de un pequeño rostro sonriendo -en vez de llorando- desde el cielo de su pensamiento.

Ahora, la cita.

Continuará...

1 comentario:

Anónimo dijo...

La vida siempre nos abre una ventana a la esperanza.